Inteligencia artificial en el más allá
Incontenible, desestabilizadora e irreverente, la Inteligencia Artificial profana ahora el reino de los muertos…
En China, como si no bastara su copiosa población, se asiste a la expansión de servicios funerarios que, por la bicoca de veinte yuanes (tres dólares), recrean clones digitales de los parientes fallecidos, estimulados por la hazaña de un popular cantante taiwanés que con una grabación de voz de su hija muerta en 2022, la revivió en un video para cantarle a su mamá el happy birthday.
Se trata, según el Guardian londinense, de un negocio redondo que, precisamente aquel año, movió casi 2 millardos de dólares y ha de cuadruplicarse en el próximo, animado por la devoción por los difuntos en la milenaria cultura. Sin mencionar la explotación de los éxitos comerciales de figuras del espectáculo, después de volar hacia las nubes celestiales; incluso contra la voluntad de sus familiares.
Así se abre un debate sobre la necesidad de legislar los aspectos éticos de la nueva industria, que desde luego debería referirse a otros fenómenos pintorescos. Como el fraude de falsos chamanes que hacen su agosto en Sudáfrica, aprovechando la IA para reproducir presuntos sonidos de familiares desaparecidos.
De nuevo, el humano deseo de escuchar las voces queridas que ya se apagaron se asocia a una situación económica de penuria y, como más cornadas da el hambre (así solía repetir el Cordobés), las autoridades policiales de Johannesburg se encuentran desbordadas por la proliferación de curanderos tradicionales que, además de sanar con hierbas y sahumerios, han descubierto un filón en la ingenuidad de la mitad negra de la población que practica el culto a los ancestros.
Estos brujos modernos son jóvenes que en ocasiones protagonizan shows de tele-realidad, con miles de fans en las redes sociales y poseen el nivel suficiente para sustituir con la nueva tecnología el incienso, los omoplatos de chivo y los guisos de murciélago. En fin, son avispados influencers capaces de revivir a cualquier abuela en sesiones muy parecidas a las espiritistas de antaño, ahora repotenciadas con un aparataje informático más bien elemental.
Y, en ausencia de un cuadro legal que sancione la superchería, los sangomas de pura cepa han asumido el combate contra una competencia criminal que amenaza enlodar su ciencia milenaria con servicios técnicamente realizables y absolutamente legales que pudieran, sin embargo, causar daños psicológicos a creadores y usuarios por igual.
No se precisa tener un premio Nobel. Basta un conocimiento informático básico para revivir a un pariente fallecido, establece un estudio de la Universidad de Cambridge que advierte de un “campo ético minado” que exige priorizar la dignidad de los difuntos y prevenir su eventual utilización con fines comerciales, como en el caso de estrellas del espectáculo.
O, peor aún, si se trata de la infancia, porque no está aún muy claro si padres deseosos de perennizar sus imágenes no estarían, más bien, legando a los menores una conmoción psicológica al interferir y trastornar el periodo de duelo normal que nuestra civilización asocia a la desaparición de un ser amado.
En síntesis, se trataría de enmarcar en los parámetros legales correctos, episodios de ultratumba que desde hace años llegaron a la gran pantalla, porque produce escalofríos la eventualidad de habitar una casa de los espíritus, como la que Isabel Allende imaginó en su magnífica novela; sobre todo si, en lugar de disfrutar otra vez de la abuela comprensiva y cómplice, tropezamos con aquel tío cascarrabias que convertía en pesadilla nuestros ratos de juventud.
Varsovia, mayo de 2024.
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