¡POBRES BURROS!
En Africa, los burros son una especie en vías de extinción; robados, despellejados y abandonadas sus carcasas a la merced de los buitres, para satisfacer la avidez del mercado chino.
Los mansos cuadrúpedos que allá son indispensables para transportar personas, agua, leña y alimentos, constituyen en el Lejano Oriente la materia prima del ejiao, una medicina tradicional a base de la gelatina extraída de sus pieles, que presuntamente retarda el envejecimiento e incrementa ¡faltaría más! el vigor sexual.
Así mismo, es objeto de amplia demanda para tratar los efectos colaterales de la quimioterapia y prevenir la infertilidad, los abortos y las irregularidades menstruales y, aunque fue conocido durante siglos, su actual popularidad comenzó hace diez años, gracias a la agresiva campaña publicitaria de Dong-E-E-Jiao, el productor más importante.
Y con la fama creció, como es lógico, el beneficio y el ejiao que quince años atrás se vendía a veinte dólares el kilo, ahora rebasa los novecientos y, aunque en China la población equina es una de las numerosas del mundo, no ha logrado mantenerse a la par con un consumo cada vez más entusiasta, obligando a salir a la cacería de los 44 millones de burros que viven y rebuznan en nuestro planeta.
Todos estos datos se deben a Donkey Sanctuary, una ONG basada en el Reino Unido y a investigadores de la Universidad Forestal de Beijing, que alertaron hace poco de que la feroz cacería de los pollinos pudiese convertirlos en una suerte de pangolin bis.
Ejiao comercial
Así que las pieles han comenzado a llegar desde lugares tan remotos como Kyrgysztan, México y Brasil y, sobre todo, Africa, epicentro del comercio, propiciado por la pobreza extrema, donde catorce países, junto con Pakistán, han introducido legislación para regular la actividad; aunque se trate literalmente… de una lucha de burro contra tigre, porque en la campiña kenyana los precios de las pieles son ahora cincuenta veces más altos que hace tres años y se ha triplicado el de animales en pie, sacrificados en tres mataderos (propiedad todos de ciudadanos chinos) para su exportación vía Vietnam y Hong Kong.
Los comerciantes se defienden, naturalmente, aduciendo que su actividad ha mejorado las condiciones de vida locales, al generar empleo y permitir a los pastores Maasai cubrir la educación de sus hijos, amén del agua y becas escolares que algunas empresas distribuyen gratis entre los vecinos.
Sin embargo, algunos veterinarios locales denuncian que los animales son robados y sacrificados en el bosque o transportados en horrendas condiciones, carentes de la documentación y los niveles sanitarios de rigor, sin que eso quite el sueño a un gobierno que se beneficia del negocio.
Las denuncias de maltratos formuladas por la Sociedad Protectora de Animales han forzado al cierre de los mataderos durante plazos breves y a medida que crece la frustración se han hecho más frecuentes las protestas callejeras de los propietarios y la Asociación de Veterinarios.
Caracas, febrero 2018
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