El whisky escocés ecologiza su imagen

Todo el mundo sabe que la elaboración de cualquier producto implica para el medio ambiente una descarga de desechos más o menos perjudicial, y que, por ejemplo, mientras llegan a nuestras mesas, los frijoles de Kenya o las tortillas mexicanas dejan una estela de contaminación que anula, muchas veces, su contribución alimenticia al bienestar de la humanidad.
Pero pocos conocen la cantidad de gas carbónico que genera la producción del whisky… y estamos hablando de volúmenes impresionantes. Porque si elaborar una simple botella de cerveza significa arrojar a la atmósfera 900 gramos de dióxido de cárbono, eso apenas una fracción de lo que genera la producción del whisky, que, además, es comercializado en botellas muy pesadas y se comercializa en embalajes de elevada elaboración.
Así que para salir al paso a los detractores de la que tradicionalmente es la bebida más popular no sólo en Escocia sino en numerosos países, como el nuestro, se ha puesto en marcha un revolucionario proyecto energético en la destilería de Bruichladdich, fundada en 1981 en un remoto rincón de las Islas Hébridas, para sacar energía verde de las miles de toneladas del bagazo que deja la levadura, la materia prima del conocido brebaje, que hasta ahora debía transportarse por carretera hasta la costa para botarla en el mar.
La presión de los consumidores y las críticas de diversos centros académicos en Escocia han inducido a la destilería de Bruichladdich a ensayar el llamado digestor anaeróbico, un procedimiento pionero que usa microbios para transformar las toneladas de residuos que dejan anualmente sus 46 mil cajas de whisky de malta en gas metano que se reinyecta entonces como combustible para continuar la producción; una tecnología inventada, precisamente, en Gran Bretaña hace tres siglos y medio, que ha sido posible aprovechar acá por un proceso de miniaturización.
Y se trata de un beneficio redondo, porque el desecho resultante de ese bagazo sirve todavía de alimento a la ganadería local  y la instalación del equipo, muy costosa, fue amortizada en menos de dos años con el ahorro de la electricidad que impulsa las instalaciones de la destilería.
Gabriel Rumor, corresponsal en el exterior
Toscana, 271211